¿Cómo puede importarte tanto alguien que no conoces? ¿Cómo puedes basar tu estado de ánimo en tus conversaciones con esa persona si no sabes casi nada de ella? ¿Cómo puedes no dejar de pensar en alguien si ni siquiera le has tenido delante? Si puede que todo no haya sido más que una mentira, unas cuantas palabras carentes realmente de significado. Y a pesar de saberlo -o de obligarte a creer que es así-, querer hablar con esa persona a cada instante, querer revivir todas y cada una de las palabras dichas -y no hacerlo sólo en tu cabeza-, querer que todo eso implique algo más, querer que lo que tú considerabas como algo distinto no se quede estancado.
Y vivir de ilusiones, porque la cosa no parece tener intención de cambiar y parece que todo lo que había -si es que había habido algo alguna vez- se ha perdido de forma irremediable.
Y tener miedo. Miedo de lo fácil que parece ser reemplazado. Miedo de no parecer nunca suficiente para otra persona. Miedo de quedarte siempre atrás. De no poder nunca ser tú mismo del todo con alguien. Miedo de quedarte solo.
Sobretodo, darte cuenta de que ha sido muy fácil que te engañasen, que te hiciesen sentir algo. Y de lo fácil que podría ser que lo intentasen y lo consiguieran de nuevo. Que te rompieran en pedacitos como si fuese la cosa más natural del mundo.
Y ante todo esto, ¿hacer qué? Lo más lógico e inteligente parece levantar una muralla a tu alrededor. Y que digan que eres frío, borde o distante sin tener la menor idea.
Pero como siempre, seguir adelante, con la mirada bien alta sin que nadie note lo que te pueda haber pasado.